El Aikido como camino
El Aikido como camino

El Aikido como camino

Ricardo Ledesma, CN 4º DAN de Aikido

EL AIKIDO COMO CAMINO

 

El carácter «DO» tiene el sentido de guiar, dirigir, mostrar, enseñar. Indica dirección, camino.

Por tanto AIKIDO es, como muchas otras artes, un camino, per ¿dónde conduce?

Quizá esta pregunta no sea la más adecuada, pues probablemente el propósito principal de un camino no sea una meta al final sino lo que podamos encontrar en el recorrido. Muchos estarían dispuestos a conceder que lo fundamental en la odisea de Ulises no es precisamente su llegada a Ítaca.

El camino del AIKI es un camino de armonía, unión es el sentido del carácter AI. Es un camino unificador, primero, con el compañero con el que trabajamos, después, con el entorno completo y más tarde, esta unión se extiende hasta dar un sentido de intregración con la Tierra, considerada como otro ser vivo del que formamos parte en el más puro sentido ecologista, y, a través de ella, encontrar nuestro lugar en el universo. El objetivo ambicioso del AIKIDO es, pues, la armonía universal. En un tiempo en el cual se está extendiendo la idea de que todas nuestras individualidades forman parte de algo más global, como es el planeta Tierra, y que si no somos capaces de alcanzar esa conciencia global para salvar juntos nuestro futuro, no existirá éste para ninguna porción aislada de la Humanidad, el objetivo del AIKIDO puede entenderse como algo concreto y no una vaga especulación filosófica.

Hay un método para llegar a esta unificación y es de este método de lo que tratan las técnicas de AIKIDO desarrolladas en un DOJO. Primero es preciso adoptar una actitud personal de serenidad, de apertura. Cuando nos tensamos muscularmente estamos transmitiendo a nivel físico todas nuestras tensiones internas: ira, rencor, inseguridad y, sobre todo, miedo. Miedo a la muerte, al dolor, al ridículo, a nosotros mismos. Cuando físicamente nos relajamos y nos serenamos, esto tiene un efecto inmediato sobre nuestra actitud interior. En segundo lugar, es preciso percibir la intención, tanto física (energía) como mental de nuestro adversario y aplicar nuestra técnica, sin fuerza, sin tensión, serenamente, para fluir con él, hasta conseguir redirigir toda la agresividad de su movimiento.

Si adoptamos esta actitud en el DOJO, poco a poco iremos haciéndolo también en nuestra vida cotidiana, nuestro carácter se hará más tolerante, nuestra percepción del mundo que nos rodea cambiará y desarrollaremos una especial sensibilidad y comprensión hacia los demás.

Esto en lugar de hacernos más vulnerables, como alguien podría suponer, no disminuye para nada nuestra capacidad de actuar efectivamente en cualquier situación, pues precisamente estamos más atentos a todo lo que ocurre a nuestro alrededor. En otro sentido, esa capacidad de encontrar nuestro lugar en el entorno contribuye a hacernos más felices.

Este es el camino del AIKIDO y, desde este punto de vista, quizá lo más importante no sea preguntarse por la lejana meta, sino por el hecho de si merece la pena recorrerlo día tras día.